Estaciones
Buenos Aires, donde vi cómo la primavera se convirtió en verano, luego cómo brotó el otoño. Los árboles en traje color amarillo y naranja, y la despedida del sol cada día un poco más temprano.
Mi bufanda favorita ahora sirve contra el frío, en vez de ser un tapetito para acostarme en una playa o parque. Me pone un toque melancólica sentir un viento con la promesa del invierno después de haber vivido 3 años con abundante sol y calorcito.
Me vestí con ropa prestada por mis amigas porteñas cuando salí, y luego llevé otra colección suya para abrigarme contra el frío. Los contenidos de mi mochi no sirven para la vida ciudadana, ni para estaciones que no sean primavera o verano.
Temas tensos
Buenos Aires es una dama grande. Hermosa y cosmopolita; probablemente la más europea de América del Sur, cómo algunos contaron con orgullo. Al otro lado de la ficha, hay pobreza tangible y una vibra fuerte. Tensa a veces, y no solamente durante marchas como la del Día de las Mujeres, para y por los derechos, la igualdad y la libertad de todas las mujeres en el mundo. La presencia de la policía en cada esquina y las protestas qué encontrás a menudo, me dejan con una energía un poquito ‘picante’ a veces. La injusticia y los secretos del gobierno, la desigualdad humana, el machismo y el feminismo, y más temas políticos fuertes hacen a la gente luchar por sus derechos en plazas y calles. Después del regreso de la serenidad de Uruguay, la vuelta a Buenos Aires era un choque temporal.
La vida porteña, a full.
Hablando de temas más ligeros y felices, les dejo una ración de Happy Hippie Power otra vez. Viví la vida porteña a full. Literalmente. Me llené con medialunas, pizza, empanadas y birras artesanales. La mitad de mi, hoy en día, es una mezcla de todo eso. La otra, por suerte, todavía es ser humano.
Las tarde-noches llenas de cultura. Cumbia, conciertos, un show de comedia stand up y un lindo concierto gratis, con las pibes debajo de las estrellas. Tambores y danza en la Bomba del Tiempo, y cada domingo está el ritmo rioplatense de los tambores en ‘mi’ barrio, San Telmo. Mi ritmo rioplatense personal, en Montevideo y en Buenos Aires, consistió de siestas, largas a veces, para recuperar las horas que no dormí en la noche del día anterior que resultó ser la mañana.
Fué un placer ver chacareras y folklore. Y aunque el tango se respira en el aire, me tiene que esperar para bailarlo hasta la vuelta. El miedo y un toque de vergüenza, todavía ganaron.
Un grande ‘high’ fue el concierto de mi héroe del rock nacional argentino, Lisandro Aristimuño. En el hermosísimo Teatro Coliseo disfruté un montón de ese regalo de navidad a mi misma, y aún más por compartir esa noche lindísima con una nueva amiga y Lisa-fan. Con la mejor compañía, brillamos desde casi el front row.
La vida porteña, en paz.
Además, dentro de todas las opciones, la joda y amigos presentes, generalmente estuve en paz. Por dentro. La locura que siempre está presente en esta ciudad, con toda su oferta y energía, te puede consumir si no te cuidás. Y más si te quedas mucho tiempo. Pero mantuve la balanza; la mía y también la de mi billetera. Buenos Aires no es barato. Y sacar plata nunca fue más costoso que acá. (Para quien viene desde Europa; traete una tarjeta Visa Débito y/ o plata en efectivo. Incluso cambiar me parece más barato que usar un cajero).
Felicidad no necesita un hogar
Buenos Aires, donde me reuní con amigos de antes, y descubrí una bocha de nueva gente linda. Me fortalecieron mi amor ya siempre fuerte por la gente argentina, y por la gente latina en general. Buenos Aires, donde encontré nuevas maneras de amar (más), a mi misma, a gente en especial y a todo el mundo. Y nuevas maneras de aceptar y dejar ir también, con amor y limitando sufrimiento innecesario.
En un momento que parecía normal, pero marcado para mi, estuve en ‘La Favela’; según algunas el dormitorio más desordenado del mundo en el hostel más copado de todos. Más que un hostel, este hostel es como vivir en una comunidad para la gente qué se queda. Lleno de argentinos, venezolanos, colombianos, chilenos y otra gente latina viviendo en el hostel, más alguna gente viajera piola de Europa, incapaz de salir o permanecer lejos por mucho tiempo de ese lugar qué nos atrapa como una cuna con muchos abrazos y risas.
Acostándome en el medio de las cosas de 8 vidas sueltas y dispersas en todo lados, me llegó el sentimiento fuerte de la felicidad que siento. Vivir en esta convivencia da una felicidad simple, pura y tranquila. Por la vida que elegí vivir, por el amor que siento, por mi y por los otros. Por ser más capaz de compartir amor de otra manera, amar cada vez más en todos los niveles. Por seguir estando contenta. Completa. Suficiente y abundante. Balanceada.
En otras palabras: todo tranki.
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